sábado, 23 de octubre de 2010

Amín Maalouf discurso premio de letras 2010


Premio Príncipe de Asturias de las Letras
Oviedo, 22 de octubre de 2010
Majestad
Altezas
Excelentísimos señoras y señores
Señoras y señores del jurado
Mis queridos amigos

Esta dicha inmensa que siento al recibir el Premio de las Letras de la Fundación
Príncipe de Asturias me habría gustado expresarla, igual que otros intervinientes, en la
lengua de Cervantes, de Borges y de García Lorca. No podré hacerlo por mucho que lo
lamente. El castellano es una lengua que me gusta oír, que me gusta leer y que entiendo
algo más de lo que suelo admitir. Pero me siento incapaz de usarla con la oportunidad y
la sutileza que se merece. Es algo que, esta noche, me avergüenza un tanto, pero albergo
la esperanza de que vean en este uso mío de una lengua que llega de allende los Pirineos
y de un acento que llega de allende el Mediterráneo un símbolo del interés que les
merece a esta Fundación y a este país la diversidad del mundo.

De esta diversidad del mundo, de esta extraordinaria diversidad que es hoy en día
característica de todas las sociedades humanas, todos cantamos a veces las alabanzas;
pero también nos hace padecer a todos a veces. Porque es manantial de riqueza para
nuestros países, pero lo es también de tensiones. Las naciones que se asientan en los
cimientos de la diversidad étnica y la inmigración se hallan entre las más dinámicas del
planeta, y basta con mirar la otra orilla del Atlántico para convencerse de ello. Pero a
este dinamismo lo acompañan con frecuencia trastornos, discriminaciones, odio y
violencia.

La diversidad en sí misma no es ni una bendición ni una maldición. Es sencillamente
una realidad, algo de lo que se puede dejar constancia. El mundo es un mosaico de
incontables matices y nuestros países, nuestras provincias, nuestras ciudades irán
siendo cada vez más a imagen y semejanza del mundo. La que importa no es saber
si
podremos vivir juntos pese a las diferencias de color, de lengua o de creencias; lo que
importa es saber
en calamidad.

Vivir juntos no es algo que les salga de dentro a los hombres; la reacción espontánea
suele ser la de rechazar al otro. Para superar ese rechazo es precisa una labor prolongada
de educación cívica. Hay que repetirles incansablemente a éstos y a aquéllos que la
identidad de un país no es una página en blanco, en la que se pueda escribir lo que sea,
ni una página ya escrita e impresa. Es una página que estamos escribiendo; existe un
patrimonio común —instituciones, valores, tradiciones, una forma de vivir— que todos
y cada uno profesamos; pero también debemos todos sentirnos libres de aportarle
nuestra contribución a tenor de nuestros propios talentos y de nuestras propias
sensibilidades. Asentar este mensaje en las mentes es hoy, desde mi punto de vista, tarea
prioritaria de quienes pertenecen al ámbito de la cultura.

La cultura no es un lujo que podamos permitirnos sólo en las épocas faustas. Su misión
es formular las preguntas esenciales. ¿Quiénes somos? ¿Dónde vamos? ¿Qué
pretendemos construir? ¿Qué sociedad? ¿Qué civilización? ¿Y basadas en qué valores?
¿Cómo usar los recursos gigantescos que nos brinda la ciencia? ¿Cómo convertirlos en
herramientas de libertad y no de servidumbre?

Este papel de la cultura es aún más crucial en épocas descarriadas. Y la nuestra
época descarriada. Si nos descuidamos, este siglo recién empezado será un siglo de
retroceso ético; lo digo con pena, pero no lo digo a la ligera. Será un siglo de progresos
científicos y tecnológicos, no cabe duda. Pero será también un siglo de retroceso ético.
Se recrudecen las afirmaciones identitarias, violentas en muchísimas ocasiones y, en
muchísimas ocasiones, retrógradas; se debilita la solidaridad entre naciones y dentro de
las naciones; pierde fuelle el sueño europeo; se erosionan los valores democráticos; se
recurre con excesiva frecuencia a las operaciones militares y a los estados de
excepción... Abundan los síntomas.

Ante este retroceso incipiente, no tenemos derecho a resignarnos ni a cederle el paso a
la desesperación. Hoy en día lo que honra a la literatura y lo que nos honra a todos es el
intento de entender las complejidades de nuestra época y de imaginar soluciones para
que sea posible seguir viviendo en nuestro mundo. No tenemos un planeta de recambio,
sólo tenemos esta veterana Tierra, y es deber nuestro protegerla y hacerla armoniosa y
humana.

Gracias a todos por la acogida que se me brinda en esta inolvidable ceremonia.
cómo vivir juntos, cómo convertir nuestra diversidad en provecho y noes una

Traducción de M.ª Teresa Gallego Urrutia


Ceremonia de entrega de los
Premios Príncipe de Asturias 2010

INTERVENCIÓN DEL
SR. AMIN MAALOUF

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